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domingo, 27 de octubre de 2013




Inmigración Italiana
Maria Teresa Monterisi


En el arco de poco más de un siglo, que se extiende a partir de mediados del ‘800, un ejército de italianos, hombres, mujeres y niños, atravesó el Océano Atlántico en busca de trabajo y tierra. Una de las metas predilectas, además de Estados Unidos y Brasil, era la República Argentina, país que desde mediados del siglo XIX se presentaba en el mercado internacional demandando capitales, tecnología y mano de obra para la explotación de sus extensas praderas de clima templado. Entre 1871 y 1973 poco menos de 4.000.000 de italianos ingresaron en Argentina y aproximadamente la mitad se radicó definitivamente en este país. En la actualidad se calcula que casi la mitad de la población argentina es de origen italiano, lo cual hace de este país un caso único entre sus pares del continente. 

El flujo migratorio que se estableció entre Italia y Argentina, desde fines del ‘800, fue la respuesta de ambos países al desafío de la modernización de sus respectivas estructuras económicas en sentido capitalista. Masas de campesinos italianos, expulsados por una agricultura tradicional y atrasada en vías de transformación, hallaron desahogo en una Argentina entonces casi despoblada, sedienta de agricultores para explotar las enormes extensiones de terreno conquistada a los indios a partir de la década del ‘70. La clase dirigente de ambos países gobernó, con algunas vicisitudes hasta el inicio de la Gran Guerra, en función de dos enunciados contrapuestos y complementarios; mientras en Italia se consideraba la emigración una “valvola di sicurezza”", en Argentina J.B. Alberdi había formulado años atrás su famosa formula “gobernar es poblar”



Esta corriente migratoria, que alcanzaría cuotas altísimas y estaba destinada a durar alrededor de un siglo, fue precedida por una corriente anterior, numéricamente poco relevante, compuesta por marineros desertores, capitanes de barco y pequeños comerciantes lígures que escapaban de la crisis comercial de los puertos de la Liguria y por los exiliados políticos de las fracasadas revoluciones liberales (1820/21-1848/49) del período del Risorgimento Italiano (proceso de construcción del estado nacional italiano).






Esta corriente migratoria, que alcanzaría cuotas altísimas y estaba destinada a durar alrededor de un siglo, fue precedida por una corriente anterior, numéricamente poco relevante, compuesta por marineros desertores, capitanes de barco y pequeños comerciantes lígures que escapaban de la crisis comercial de los puertos de la Liguria y por los exiliados políticos de las fracasadas revoluciones liberales (1820/21-1848/49) del período del Risorgimento Italiano (proceso de construcción del estado nacional italiano). A mediados del siglo XIX la presencia italiana era notable en la navegación de cabotaje y en el comercio minorista de todos los puertos fluviales argentinos; mientras que en la ciudad de Buenos Aires una élite de intelectuales mazzinianos daba vida a una actividad periodística, asociativa y cultural destinada a una larga duración. 

En el flujo migratorio italiano hacia Argentina se reconocen tres períodos. El primero y más importante, desde el punto de vista cuantitativo, se extiende desde mediados de los años ‘70 hasta 1915. Se caracterizó por el ingreso masivo de pequeños propietarios agrícolas y peones rurales que representaban las ¾ partes de la corriente, mientras que el ¼ restante estaba compuesto por artesanos, comerciantes, profesionales y artistas. Al inicio del período procedían de las regiones del arco alpino y hacia el final, de las regiones centrales y meridionales. A pesar de la procedencia rural, y debido en parte a la dificultad de acceder a la propiedad de la tierra, un alto porcentaje de ellos terminó fijando residencia en las ciudades -pequeñas y grandes- ocupándose en actividades secundarias y terciarias, 

En cuanto respecta al mundo obrero urbano, especialmente en Buenos Aires, los inmigrantes italianos participaron activamente en la creación de las primeras organizaciones de trabajadores y en la realización de las primeras protestas sociales. 
El Censo Nacional de 1914, año en el cual se cierra el período de la inmigración masiva, da cuenta de la existencia de poco menos de 1.000.000 de italianos distribuidos capilarmente en todo el territorio nacional aunque concentrados notablemente en las grandes ciudades puerto -Buenos Aires, Rosario, La Plata, Bahía Blanca- y en las zonas rurales de las provincias del litoral pampeano. Esta extraordinaria diáspora contribuyó a dar a la Argentina una “impronta italiana” a la vez que un profundo e intenso vínculo cultural y económico con el país europeo. Impronta que sería alimentada con los sucesivos flujos migratorios. 

Tras el fin del primer conflicto mundial la corriente migratoria se renovó con similares características, en cuanto a la procedencia rural de la mayoría de sus integrantes y el destino urbano de los mismos; se diferenció en cuanto al origen regional, ahora en gran parte eran procedentes del mezzogiorno. 
De todos modos no alcanzó el mismo nivel cuantitativo ya que a las restricciones a la emigración ultramarina impuestas por el gobierno de Mussolini se sumaron las restricciones del gobierno Argentino tras la crisis del ‘30. 

El tercer período (1947/1954) coincidió con una nueva etapa de fuerte crecimiento de la economía argentina, esta vez basada en la expansión del sector manufacturero destinado al consumo interno, y con las voluntades conjuntas de los gobiernos argentino e italiano de entablar acuerdos bilaterales para programar el flujo migratorio. Mientras que en la Italia de post-guerra se verificaba un alto índice de desocupación y un agravamiento de los conflictos políticos y sociales, que hacían pensar nuevamente en la “valvola di sicurezza”", en la Argentina peronista, la naciente industria, promovida por el estado, necesitaba obreros especializados y técnicos. Fruto de acuerdos oficiales y de la corriente espontánea de inmigrantes que venían llamados por parientes y paisanos, ingresaron, entre 1947 y 1954 alrededor de 500.000 italianos; de ellos, un 75% fijó residencia en la Capital Federal y el Gran Buenos Aires. 


A partir de 1955 el deterioro de las condiciones económicas, con la consiguiente disminución de la demanda de mano de obra y la creciente inflación, que imposibilitaba remitir los ahorros al país de origen, provocó la reorientación de la corriente migratoria italiana hacia otros destinos más felices (Estados Unidos, Venezuela y Australia). En 1960 se puede considerar cerrado definitivamente el ciclo migratorio italiano hacia la República Argentina. 
Un estudioso del fenómeno migratorio italiano, Gianfausto Rosoli, realizando un balance del mismo, concluía con esta reflexión: “Da questi brevi e limitati riferimenti puo agevolmente desumersi che nella formazione e nella crescita della nazione argentina il contributo italiano è stato vario e complesso, e non ha riguardo soltanto al’apporto de braccia, ma anche quello di intelligenza e di know how, oltre che di capitale. Sicchè può ben dirsi che nell’impasto e nella nascita dell’Argentina moderna il contributo italiano è stato determinante, ed i vincoli che legano l’un Paese all’altro sono così complessi che non solo non è possibilte reciderli, ma si è inevitavilmente sospinti ad alimentarli ulteriormente.” (”L’emigrazione italiana in Argentina: un Bilancio”, en L’Italia nella Società Argentina, a cura di F.Devoto y G.Rosoli). 

La conclusión del ciclo migratorio italiano en Argentina coincide con el inicio de un período de infructuosa búsqueda de políticas de crecimiento y desarrollo económico que desembocaron en sucesivas crisis de inflación, hiperinflación, recesión y estancamiento económico. Motivos, todos ellos, que comenzaron a actuar como factores de expulsión de los argentinos hacia el exterior, a partir de fines de los años ‘80. En la actualidad puede hablarse de una verdadera inversión de la histórica tendencia migratoria que ve como protagonistas a los hijos y nietos de españoles e italianos que atraviesan el Océano Atlántico en sentido contrario de sus antepasados movidos por el mismo deseo y la misma necesidad: encontrar trabajo y un lugar donde construir un porvenir. A diferencia del ciclo anterior, los nuevos migrantes parten con una media y alta calificación profesional. De todos modos, el fenómeno es muy reciente y es difícil prever su ulterior desarrollo. 
María Teresa Monterisi 

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